En Avenida de Mayo se encuentra la cafetería más antigua de la Argentina, con 157 años. El local, que inició la restauración de su mobiliario, se encuentra entre los más importantes del mundo en su rubro.
La ciudad ya no es la de antes, los grandes edificios le fueron ganado la pulseada a las viejas casonas y modificando así la fisonomía porteña. Cambia todo cambia y en esta metrópoli de hormigón y cemento, donde el sol cada mañana le pide permiso para regar con su luz las calles de Buenos Aires, parece ya no haber momentos para la pausa. A pesar de ello hay pequeñas costumbres que los habitantes de esta urbe no están dispuestos a resignar, y una es la tradicional visita a los cafés, un ritual que se practica entre amigos y que invita a discusiones futbolísticas, filosóficas y políticas. Un hábito tan único como porteño. Sin duda, el Café Tortoni no sólo es el más antiguo de la Argentina, fundado en 1858, sino que es el paradigma del café porteño. Abrió las puertas de su primer local en la esquina de Esmeralda y Rivadavia, cuando aún Buenos Aires era una aldea. En ese lugar funcionó el Tortoni (que tomó su nombre de un café parisiense en el Boulevard de los Italianos) por más de dos décadas, pero su constante crecimiento comercial lo obligó a su dueño, Jean Touan, a buscar un lugar más amplio y fue así que se instaló en el local de la avenida Rivadavia 174/6/8, de la antigua numeración. “El Tortoni es un testigo de gran parte de la historia nacional. Por aquí pasaron desde los más importantes referentes políticos hasta los más destacados artistas no sólo del país, sino también de la región”, comentó Nicolás Prado, uno de los gerentes del Tortoni.
Para Prado, que tiene 33 años, y que trabaja en el lugar hace trece años el Tortoni es casi su segundo hogar. “Vengo acá desde los 2 años, es decir que tengo muchos de mis primeros recuerdos. Aquí trabajaba mi abuelo, uno de los socios del lugar. Él me sentaba al lado de la caja registradora y me ponía a laburar con él. ¿Cómo no querer a este lugar?”, comentó emocionado Prado. Y agregó: “Cuando me pongo a pensar, aquí pasé gran parte de mi vida. Comencé a trabajar a los 20 años; la primera función que desempeñé fue de mozo. Rol que cumplí durante un lustro; luego pasé un tiempo por la cafetería y más tarde me pasaron para la caja, el lugar que más amo de todo el Tortoni. Poco después me nombraron encargado y desde hace un tiempo soy uno de los gerentes”.
Para Prado, el café es una gran familia: “Aquí trabajan muchos de mis amigos de la infancia, con ellos y durante muchos años luego de bajar las persianas -a la madrugada- nos quedábamos jugando en la zona de los billares (sector que se cerró en el 1° de octubre de 2006, con la ley antitabaco de la ciudad) hasta altas horas. Es por este tipo de cosas que este lugar para muchos de nosotros es más que un simple trabajo y creo que eso se nota hasta en la atención del público. Igual no todo es tan romántico y como en todos lados, también enfrentamos problemas laborales a diario”, afirmó entre risas el joven gerente. La desaparición de los billares le aportó al Tortoni no sólo una nueva fisonomía, sino también un nuevo curso comercial. “La ley antitabaco nos obligó a contar con un espacio para fumadores totalmente hermético, el cual funcionó muy poco tiempo dado que unos años después (cinco) se prohibió definitivamente fumar en lugares públicos. Esto hizo que buscáramos una nueva función al espacio y aprovechando que el Tortoni es mucho más que un café logramos refuncionalizar el lugar; actualmente al ex área de billares/sector fumadores se lo utiliza como un sitio que se ofrece en alquiler para la realización de eventos privados (reuniones empresariales, presentación de libros, conferencias, etcétera)”, explicó Prado.
La propuesta cultural del café se completa con las dos salas habilitadas para espectáculos artísticos: el salón Alfonsina Storni (ella fue la primera mujer que entró a este café, que en sus inicios estaba reservado sólo para hombres), donde habitualmente se montan espectáculos tangueros, y la tradicional bodega donde el jazz parece haber encontrado un inmejorable recinto. Los responsables del Tortoni definen al lugar como un café cultural. “A pesar de ser un lugar con mucha rotación de público (como todo bar o café) éste es un espacio que invita a la charla y la reflexión. Aquí hay mucha gente local que viene a charlar, leer, escribir, a relajarse y hasta hacer un alto en el camino”, explicó el responsable de la histórica caja registradora que se encuentra en actividad -en forma ininterrumpida- desde 1858.
El público de este histórico lugar gastronómico, el padre de los cafés porteños, se modificó notablemente en las últimas dos décadas. “Por más que nosotros intentemos preservar el lugar como un espacio tradicional de la ciudad de Buenos Aires, no nos podemos olvidar que es un ícono de la ciudad -declarado Patrimonio Histórico Cultural- y como tal un espacio que vive convocando a turistas de todas partes del mundo que vienen no sólo a recorrerlo, sino también a sentarse en las mesas por donde pasaron artistas como Jorge Luis Borges, Carlos Gardel, Baldomero Fernández Moreno, Quinquela Martín o políticos de la talla de Lisandro de la Torre o Antonio Torcuato de Alvear y Sáenz de la Quintanilla (primer intendente porteño entre 1883 y 1887, responsable de la ampliación de la Avenida de Mayo)”, dijo Prado.
Entre los mejores del mundo
El Tortoni -que está entre los 10 cafés más importantes del mundo y que cuenta con una importante colección pictórica que supera las 150 piezas (todas donadas por los clientes del lugar), de las cuales sólo 80 se encuentran expuestas- está afrontando un proceso de restauración que se inició por el mobiliario. “Este café es como una persona muy mayor, hay que mimarlo y cuidarlo, y para ello nada mejor que volver a ponerlo en valor. Para hacer ese trabajo buscamos una empresa de calidad: Fontenla, que había llevado adelante la restauración del mobiliario del Salón Dorado del Teatro Colón. Comenzamos por 100 sillones, los cuales nos demandó una inversión que superó los 120.000 pesos”, concluyó Prado.
Y amplió Federico Fontenla, director general de la firma, que tiene más de 60 años en el mercado: “El proceso realizado por el equipo de ebanistas de Fontenla comenzó en octubre último y demandó dos meses de duro trabajo. Lo primero que hicieron fue destapizar por completo cada uno de los sillones para dejar la estructura pelada. Luego desarmaron y lijaron a nuevo pieza por pieza. Una vez finalizado se armaron los sillones y colocaron las piezas faltantes. Después fue el tiempo del proceso de lustre, que consistió en dos manos de fondo y una en acabado semimate. Y más tarde fue el turno del encinchado, reforzado y retapizado, que se realizó con ecocuero. Este tipo de trabajo nos obliga a tener mucha paciencia y una precisión quirúrgica, dado que son piezas únicas e irreemplazables”, comentó Fontenla.
Visitar el gran Café Tortoni es una experiencia atrapante tanto para los extranjeros como para el público local; pasar un rato allí no sólo es codearse, al menos por un instante, con los grandes personajes de la cultura y la política que engalanaron al lugar, sino también dejarse llevar por la prosa de los grandes poetas que lo describieron en sus textos a este entrañable rincón porteño. Tomar un café en sus mesas de mármol redondo es un viaje casi onírico, ya que como decía el gran escritor español Ramón Gómez de la Serna: “Nada se parece más a la luna que la mesa de un café”.
Por Leandro Murciego, Lunes 2 de marzo de 2015
Publicado en el suplemento Inmuebles Comerciales del diario LA NACION