Tiene 140 ambientes y perteneció a José C. Paz, dueño de La Prensa, quien nunca llegó a habitarlo.
El Palacio Paz es una de las joyas ocultas de la Ciudad. No lo es por su ubicación –frente a Plaza San Martín y a metros de edificios históricos como el Kavanagh y la Cancillería– sino porque en su interior guarda una sucesión de magníficos salones y la historia de una familia que invirtió doce años, de 1902 a 1914, en la construcción de lo que fue la residencia más grande de la Ciudad , pero cuyo dueño no llegó a habitar.
Fue José Camilo Paz el ideólogo de este palacio que tiene 140 ambientes , 40 baños y 12.000 metros cuadrados de superficie cubierta. Hacendado, diplomático y dueño del diario La Prensa (para el que construyó el emblemático edificio de Avenida de Mayo, ejemplo de la arquitectura de fin de siglo, hoy Casa de la Cultura), el hombre tenía puesta la vista en lo que sucedía en Europa. Desde allí hizo traer todas las piezas que se ven en el palacio : mármoles, herrería, arañas, ornamentos, muebles, pisos y faroles, entre muchas otras cosas. También el descomunal portón de cuatro puertas que da la bienvenida al palacio. Quizá el detalle más llamativo, porque la fachada del edificio, más bien sencilla, no se condice con su interior.
Se cree que José C. Paz tenía aspiraciones presidenciales. Pensó que el palacio podía transformarse en residencia oficial , cuando aún los presidentes de la Nación no contaban con una. Si bien no existen fuentes históricas que confirmen la versión, la grandilocuencia de los salones hace pensar que esta fue la idea primigenia. Y lo que refuerza esta pretensión es el Gran Hall de Hono r, el lugar que termina por dejar boquiabiertos a todos los visitantes. Y también a los famosos, que lo eligen como puesta en escena (ver Ricky Martin…).
De arriba a abajo, el Gran Hall de Honor derrocha grandilocuencia. Tiene 21 metros de alto y el piso está conformado por mármoles y mosaicos italianos. La cúpula es un vitral que en el centro tiene la imagen de Luis XIV , el “Rey Sol”, como lo llamaban en Francia. Y algunos detalles dejan en claro lo minucioso del diseño: los mármoles que rodean las puertas que permiten el ingreso a las áreas privadas, en el primer piso, tienen vetas naturales que simulan cortinados.
Pero la muerte sorprendió a José C. Paz en el Principado de Mónaco en 1912, y el Gran Hall de Honor quedó inconcluso: los óvalos que rodean la cúpula quedaron vacíos, cuando los lineamientos de la época sugerían que allí debería haber un fresco.
Una serie de tragedias ensombreció la vida en el palacio. Al poco tiempo falleció también la viuda de Paz, Zelmira Díaz, y luego su yerno, que vivía en un ala del edificio junto a su hija, Zelmira, y cuatro nietos. Su hijo, Ezequiel, no tuvo descendientes.
Para los años en los que fue construido, el palacio aportó algunas innovaciones constructivas. Tiene 10 ascensores , tres de ellos en lo que eran las cocheras y las caballerizas (la única ala del edificio que fue derribada por el Círculo Militar, que lo compró en 1938 e instaló allí los espacios deportivos). Toda las áreas contaban con conexión eléctrica y calefacción central.
El Gran Hall de Honor es el último salón de la visita, coordinada por la guía Alicia Merlicco Pallarés. La anfitriona solo aporta datos útiles, lo demás queda librado a la imaginación de cada uno. Como qué haría doña Zelmira Díaz de Paz en una habitación de 146 metros cuadrados, o cómo convivirían las nueve personas que habitaban el palacio con las 70 que se ocupaban del mantenimiento.
Publicado por Clarín. 25 de agosto de 2011.