El desafío de la restauración

La experiencia de quienes se animaron a apostar por un espacio antiguo para desarrollar un local gastronómico.

En palermo The Temple Bar se armó en una casa antigua estilo chorizo. Foto: Archivo

La tendencia que apunta a fusionar modernidad y tradición gana terreno. Casonas de techos altos, mansiones señoriales o edificios de estilo francés se convierten en locales donde las experiencias se potencian y la arquitectura gana protagonismo.

Las paredes de La Mar Cebichería cuentan historias. Ubicado en la esquina de Arévalo y Nicaragua, este restaurante ocupa la planta baja de un edificio construido por el arquitecto Valentín Meyer Brodsky -responsable del Hotel Alvear- en 1927. El edificio vivió varias vidas en una: nació como el Asilo Argentino de Huérfanas Israelitas, luego fue un colegio armenio, más tarde terminal de colectivos para la línea 57 y hoy está siendo remodelado como hotel boutique. Entre los locales que componen este edificio, La Mar destaca por sus generosos ambientes, y un amplio patio que invita a degustar los sabores de la milenaria cocina peruana.

Roberto García Moritán, uno de los creadores de este espacio, cuenta que llegaron al local luego de una larga búsqueda en la que desde el primer momento tuvieron claro que querían un sitio con historia y mucho espacio exterior. La elección no podría ser más acertada, y el patio se convierte en uno de los highlights del lugar: con capacidad para 100 cubiertos, mesas y sillas de madera, y una gran barra exterior que abraza árboles centenarios, genera el ambiente ideal para disfrutar un cocktail a la luz de la luna. Adentro, en el salón principal, los creadores de La Mar optaron por un diseño moderno con cálidos colores pastel y piso de interlineado en blanco y negro que combina con mesas de madera negra, sillas de pana, boxes y lámparas de hierro. Allí, la barra cevichera ocupa un lugar central. Además,

La arquitectura antigua puede convertirse en un pasaje hacia una experiencia diferente. En Recoleta, Algodón Mansión, ubicado en Montevideo 1647, cuenta con hotel spa, restaurante y wine bar en el marco de una imponente casona construida en 1912. La mansión, modelada en el diseño clásico francés, es un fiel exponente de la arquitectura de la belle epoque y cuenta con un anecdotario rico en vivencias: primero perteneció a la familia de un médico, más tarde, durante varios años, funcionó como residencia de los embajadores holandeses, hasta que cayó en desuso, fue cerrada y sufrió años de abandono. Al momento de adquirirla, los creadores de la compañía Algodón Mansión se dedicaron a restaurarla con el objetivo de conservar el espíritu. de su arquitecura, pero sumando comodidades y lujos modernos.

Ignacio Goldín director de calidad de Algodon Brand cuenta que el proyecto nació en San Rafael, Mendoza, con un emprendimiento que incluye una marca de vinos propia. Luego, la empresa comenzó a buscar una casa antigua o petite hotel en Buenos Aires. Al encontrarse con este espacio, una de las cosas que más enamoró a los socios fue la posibilidad de mantener su imponente fachada. En este marco, y tomando el estilo majestuoso que propone el espacio, apuntaron a brindar a los huéspedes y comensales la experiencia de sentirse “como en casa” en una mansión, algo que no suele suceder todos los días.

La apuesta a preservar la historia suele generar un plus de sentido. Casa Cavia, ubicada en Cavia y Libertador. Se trata de una casona construida en 1927 por el arquitecto y artista noruego Alejandro Christophersen que fue cuidadosamente restaurada y remodelada por el estudio internacional Kallos Turin para transformarse en una “casa cultural” moderna manteniendo la esencia histórica del edificio. El trabajo sobre los materiales -el mármol blanco y verde, espejos antiguos, cuero y pisos de terrazo- se realizó retomando oficios tradicionales. El resultado es un espacio inspirado en los cafés de los años veinte, donde conviven a la perfección un restaurante, una editorial, una librería y una florería.

En sintonía con el espacio

Símbolo de la modernidad, los locales de fast food también pueden integrar lo mejor de la tradición arquitectónica. Es el caso de Burger Mood, por ejemplo, cuyo local de Palermo, inaugurado en marzo de este año, fue montado en una casona antigua con terraza que aún conserva muchos detalles originales y puestos en valor, que contrastan a la perfección con el estilo industrial-hipster de la decoración. “Desde el primer momento tratamos de guardar el alma del lugar”, dice Nicolás Papazian, uno de los socios de Burguer Mood.

El mix alcanza un equilibrio a primera vista: la fachada vidriada está decorada con divertidos vinilos que dejan entrever el salón de paredes con ladrillo a la vista y una gran barra con base de hierro, revestida con vistosas cerámicas. La iluminación tiene una impronta industrial, con caños a la vista y bandejas de acero galvanizado que sostienen spots y lámparas colgantes. Los altos techos, con una gran sección vidriada y un jardín vertical aportan frescura y luz al espacio.

La terraza es una de las protagonistas del lugar. Paredes pintadas con coloridos graffitis, guirnaldas de luces cálidas, mesas altas con banquetas y una barra le dan un toque descontracturado al ambiente. Las mesas comunales y los livings con sillones y mesas de madera rematan el estilo distendido. “Buenos Aires está llena de casas antiguas que cuentan con una estructura amplia, resistente, y que aporta mucha identidad a los espacios” dice Carolina Catoti, del estudio Macodi, a cargo de la ambientación de la terraza del local de Palermo. Cuenta, además, que trabajaron con materiales reciclados y con la premisa de que el mobiliario pudiera acompañar y acentuar la potencia arquitectónica de la casona. The Temple Bar también da cuenta de esta tendencia. Su local de Costa Rica al 4600 apunta a combinar la calidez de una casa antigua estilo chorizo con las comodidades modernas y un espíritu joven. “Queríamos que la gente sintiera que estaba en una casa, con toda su calidez”, cuenta Rodrigo Imas, socio del bar, para quien el mayor desafío en el caso de locales en casonas antiguas es adaptar la infraestructura de servicios de agua y electricidad para que puedan recibir a la cantidad de gente que circula por un bar. El toque distintivo en la decoración lo da la barra de dieciséis metros. Mesas altas, luces bajas y música fuerte son, para Imas, las consignas infaltables.

Ubicado en una antigua casona de Palermo, el restaurante Inmigrante se caracteriza por una estética que mixtura lo regional con lo industrial. “A la hora de pensar la ambientación teníamos dos recursos discursivos muy fuertes para trabajar: por un lado el de “Inmigrante” y luego el “bodegón moderno””, señala Daiana Carena, dueña del local junto a su marido, el chef Leandro Di Mare, quien cuenta que trabajaron junto a la ambientadora Ornella Bonetti.

Carena dice que decidieron mantener la estructura original para darle un marco a través de la historia. Se conservaron los pisos de madera originales, las puertas de tres metros de altura y la pared de ladrillos con junta de barro. “Se trata de un estilo fabril, lineal, industrial y austero que nos pareció que iba perfecto con la estructura de la casa y un estilo de diseño en el que podíamos jugar con lo moderno”, sostiene y afirma que la propuesta es ofrecer en un mismo restaurante distintas situaciones. Así, en cada espacio hay cambios en el mobiliario, la iluminación y los colores, generando diversas sensaciones y experiencias.

En el primer salón destaca una mesa comunitaria con bancos largos a su lado, y una iluminación colgante compuesta con muchas bombillas tipo Edison. El salón central cuenta con mesas tipo box, diseñadas con chapa doblada y con lámparas de metal y una luz tenue que invita al relax. Por último, el salón más grande del restaurante cuenta con una iluminación puntual sobre cada mesa,

En la zona de San Telmo, donde las construcciones históricas son parte fundamental del paisaje, el restaurante Puerta del Inca encontró su lugar. El local está ubicado en el histórico Pasaje Belgrano, construido a finales del siglo XIX en la esquina de las calles Bolívar y Belgrano y recientemente restaurado y puesto en valor por la arquitecta Ana María Carrio. Hoy alberga a Casa Lepage Art Hotel, que cuenta con un hotel, restaurante, auditorio, galería de arte y museo de arqueología. Desde sus primeros días, en este pasaje se combinaron locales con viviendas. Alfredo Sansone, dueño del restaurante, destaca que el proyecto de puesta en valor conserva la tipología del edificio como pasaje y sus características originales, al mismo tiempo que apunta a mejorar las instalaciones para un mayor confort. Un verdadero viaje en el tiempo.

Por Gabriela Koolen, Lunes 23 de octubre de 2017
Publicado en el suplemento Inmuebles comerciales e industriales del diario LA NACION