La poda de altura

En muchas ocasiones es necesaria la intervención del hombre antes de que la naturaleza se haga cargo ocasionando grandes incidentes


Así como es imposible ver a un bebe como un potencial peligro en su edad adulta, también es difícil imaginar como una temible amenaza a un arbolito que hasta hace poco regábamos, abrigábamos en invierno y protegíamos hasta el desvelo de hormigas, liebres y pestes.

Pero si no se le han hecho precisas podas de formación, ese momento de transformación de ternura en temor llega en nuestra generación o como mucho en la siguiente. Un día nos percatamos de las pesadas ramas que se blanden sobre nosotros y crujen poco amistosas en los días de viento o tormentosos.

La sombra reparadora y la belleza inalcanzable de los grandes árboles se convierten entonces en un perfil siniestro sobre las propiedades, los automóviles y hasta incluso otras plantas valiosas. Porque quien ha visto a la naturaleza hacer el trabajo de raleo por su cuenta, sabe del latigazo impiadoso que infringe un tronco a su paso.

Esta es la época en que se enfrenta el problema y la tentación es encarar artesanalmente una poda de altura rápida, pero un corte inoportuno dejaría al árbol deforme y listo para generar rebrotes sin ton ni son. No hay más que caminar por los barrios porteños, las localidades y los pueblos para ver esos eucaliptos amputados añorando el majestuoso porte que les estaba destinado.

En general, la recomendación de los técnicos es siempre atacar las ramificaciones secundarias y no los troncos principales, con cortes a bisel que dejen el árbol balanceado. También es importante desinfectar los cortes para evitar el ingreso de patógenos al interior. Pero el mejor consejo para situaciones difíciles es llamar a especialistas. Hay empresas que se dedican a eso profesionalmente y también hay emprendedores independientes que por oficio propio o heredado lo resuelven con alguna habilidad. En todos los casos hay que tener en cuenta que:

  • Es riesgoso: la pericia es imprescindible para no poner en peligro las personas y el entorno.
  • No hay una única solución: cada caso es diferente según el suelo, el espacio de trabajo y de cada árbol. Por eso por lo general quienes evalúan el trabajo prefieren verlo personalmente o solicitan muchas fotos antes de dar su veredicto.
  • Hay muchas formas de hacerlo mal: por lo que un inexperto puede no medir las consecuencias hasta que el daño ya está hecho.
  • Es difícil definir el precio justo de la labor en cuestión, porque las cotizaciones varían diametralmente dependiendo las distancias entre el proveedor y el lugar del trabajo, la dificultad, el espacio donde se realizarán las tareas, las herramientas necesarias.

Aun contratando a un tercero es fácil caer nuevamente en errores. Francisco Alcacer Mackinlay, de Tierra Nueva, con larga experiencia en parques y campos, los conoce de memoria: “Hay que optar por una empresa que tenga experiencia en trabajos parecidos, que ofrezca su presupuesto detallado por escrito, chequear los documentos y seguros del personal, con póliza específica para trabajos de poda de altura y con seguro de responsabilidad civil en caso de vía pública o sobre una propiedad”.

A menos que tenga asfalto o piso consolidado, donde se usan grúas, los trabajos suelen hacerse con arneses de pecho y cola, sogas de seguridad, estribos con púas y, cuando el piso está nivelado, escaleras. De esa manera los operarios se trepan y van reduciendo a sierra el árbol hasta, en algunos casos a pedido, la tala. Pero sin llegar a erradicar el árbol, la poda de altura puede formatear las copas rotas, realizar podas sanitarias, limpiar las ramas secas o cortar las ramas laterales para balancear un ejemplar.

Aunque parece simple desde el llano, el verdadero volumen y tamaño de la faena sólo se aprecia cuando lo recortado está esparcido en el suelo y, salvando la infraestructura, parece haber pasado un huracán.

Al contrario, después de terminado el trabajo y su limpieza el mejor mérito posible es que, por más grande que haya sido la esquila, no se note la intervención del hombre sobre los grandes y ahora nuevamente inofensivos árboles.

Por Encarnación Ezcurra, Sábado 7 de junio de 2014
Publicado en el suplemento Propiedades & Countries del diario LA NACION